Jesús recibió la noticia del asesinato de Juan el Bautista.
Apenado,
cruzó en una barca el mar de Tiberíades, hacia un monte desierto cerca de la
ciudad de Betsaida para estar a solas. Al enterarse de su partida, mucha
gente lo siguió a pie, de forma tal que Jesús se encontró con que había un gran
multitud. Compadeciéndose de ellos, Jesús curó a los enfermos y predicó su
mensaje a toda la gente.
Cuando ya se
hacía tarde se le acercaron los discípulos y le dijeron que despidiera a la
gente para que fuese a las ciudades vecinas a comprar comida, pero Él respondió:
"Denles de comer ustedes mismos" Ante la aparente imposibilidad de hacerlo,
los apóstoles reflexionaron sobre la situación. Felipe estimó que doscientos denarios no eran suficientes para comprar comida
para todos
(Un denario podía bien conformar el jornal de un trabajador),
mientras que Andrés
el Apóstol encontró a un niño que tenía cinco panes de
cebada y dos pescados.
Sin
preocuparse, Jesús ordenó que todos se sentaran en grupos de cien y de
cincuenta.
Luego
Tomó los cinco panes y los dos peces, pronunció la bendición, y se los dio a
sus discípulos para que los distribuyeran entre las personas.
Los
que comieron fueron cinco mil hombres, pero sin contar a las mujeres ni a los
niños. Cuando todos quedaron saciados, el Cristo ordenó:
"Recojan los
pedazos que sobran, para que no se pierda nada" y se juntaron doce canastas de sobras.
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